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Parece lamentable el espectáculo que se está sucediendo los últimos días en torno al paseo de la llama olímpica por varias ciudades del mundo. Las protestas, las manifestaciones, los intentos de apagarla (apagar una llama por otro lado falsa e hipócrita) deberían demostrar por sí mismas el error de conceder la celebración de un evento que representa la unidad, la paz y el hermanamiento entre naciones (por lo menos en esencia) a un país que representa lo contrario diametralmente, y que con una mano nos muestra el fuego olímpico mientras con la otra ejerce la represión ante cualquiera que se le oponga, ya sea la prensa, los ciudadanos en el exilio e incluso cualquier país que ose levantar no ya la voz sino simplemente la mirada.